lunes, 2 de octubre de 2023

Amor de primate. Una breve novelita de muy pocos megabytes.

Hay quien dice por ahí que los buenos tiempos del papel ya han llegado a su fin; que entre pdfs, kindles, podcasts y audiolibros, el libro tradicional quedará dentro de muy poco como un objeto curioso de coleccionismo y adorno de estanterías rústicas más que como algo que sirva para su propósito. Y me gustaría decir que están equivocados, pero no.

Durante mucho tiempo he defendido el formato tradicional de lectura y como autor siempre me he esforzado en que mis obras tuviesen una versión física a pesar de los costes tanto de impresión como distribución, por no hablar de todo el trabajo de maquetación y diseño que requiere un libro en papel. Y aunque siempre lo he hecho con convicción, desde hace un par de años me he visto obligado a renunciar a ello y rendirme ante las facilidades de lo virtual.

Podría hablar de la subida de los precios del papel, de las empresas de logística o de la desventaja de la autoedición “pura” frente a aquella que propician las falsas editoriales que aparecen como setas después de la lluvia, pero lo cierto es que siendo sincero conmigo mismo y con quienes puedan estar leyendo esto, no me da la vida para seguir dedicando tanto tiempo a publicar en papel. Escribir, maquetar, revisar mil veces, maquetar de nuevo, buscar ilustradores, diseñadores, correctores, hablar con la imprenta, establecer fechas, revisar fierros, esperar con el corazón en un puño que todo haya salido bien… y después promocionar el libro, hablar con ayuntamientos y asociaciones culturales para presentarlo… No más, por favor.

A partir de ahora y hasta nueva orden voy a ir publicando mis cosas sin prisas ni grandes ostentaciones en algunas de las muchas plataformas habilitadas para ello, sin costes para mí ni mis lectores, sin gastos que cubrir ni necesidades que saciar. Solo yo frente a la hoja de papel (virtual en este caso) igual que hacía en los viejos tiempos de escribir en parques y a la orilla del río para después tirar esos versos miserables en la papelera más cercana.

¡Ah, que casi se me olvida!

Todo esto venía para anunciar que tengo un nuevo relato en la calle, uno de esos que se escriben muy en serio pero que al terminarlos y releerlos te das cuenta de que todo el mundo se lo va a tomar muy en broma. Porque es mi primer romance, pero no entre humanos, al menos no todos, o por lo menos no todos lo parecen… ¿O sí?

Lo dicho. Echadle un vistacito si podéis pues está en formato PDF en la plataforma Lektu y también en lectura directa en eso que llaman Wattpad, pero no sé si se escribe así.

lunes, 19 de diciembre de 2022

Balas Verdes, el cómic.

 


Dedicarse a escribir a tiempo completo debe ser algo realmente productivo, ya sea desde el punto de vista económico o simplemente a nivel creativo. Siempre he creído que la escritura al igual que el deporte, mejora con la práctica y languidece con el desánimo y la inactividad. Por eso en parte envidio a esas personas que bien sea porque les resulta rentable o porque sus ingresos vienen de otra parte y disponen del 100% de su tiempo, pueden escribir de forma continua, regular y además marcarse retos y objetivos a medio y largo plazo. Y yo, obviamente, no soy una de esas personas.

Si queda alguien leyendo este blog sabrá que mis últimas entradas han sido algo más tristes que las escritas hace unos años, además de escasas, y eso se debe a mi incapacidad para mantener el ritmo de escritura que sí tenía cuando publiqué “La onomatopeya del ladrido…” y “Nuestro último tesoro”. Aquellos tiempos en los que quería demostrar al mundo de qué era capaz ya quedaron atrás, dejándome en un éstasis de apatía propiciado por los tiempos convulsos de la pandemia y también el escaso interés de un público que fue decreciendo, supongo que en detrimento de sus nuevas necesidades, lo obsoleto de mis formas de promocionarme y por qué no decirlo, mi incapacidad para renovarme y ofrecer algo más acorde a los nuevos tiempos.

Pero dejar de escribir nunca ha sido una opción para mí. Por eso he seguido haciendo cosas, a otro ritmo, en otros contextos, pero siempre siendo fiel a mi mismo y siendo consciente de que lo que hiciera debería ser para proporcionarme satisfacción más que una recompensa monetaria. Y en este tiempo he conseguido guionizar mi propio espacio en la televisión local con un programa dedicado a la literatura, publicar en una revista también de ámbito local algunos relatos breves, y finalmente escribir algunos guiones de cómic, uno de ellos de forma remunerada. Y es aquí donde quiero detenerme porque si puedo afirmar que me siento realmente satisfecho con uno de estos trabajos, éste es Green Bullets, un webcomic en el que trabajo actualmente junto al dibujante Ramon Sarlé y del que estoy especialmente orgulloso.

Green Bullets (balas verdes) nació justo de esa apatía propiciada por el encierro, esa sutil desgana por marcarse metas elevadas y por qué no decirlo, como un pequeño acto de rebeldía; convirtiéndose en un trabajo realizado a fuego lento, con tiempo para analizar, corregir y publicar, sin esperar nada más a cambio que la satisfacción personal. Y su éxito, aunque esta palabra se haya convertido en sinónimo de dinero y no es el caso, se debe precisamente a esto: la calma. Tanto Ramon como yo teníamos ganas de trabajar en algo juntos, pero sin presiones, meditando bien cada línea y cada trazo, para convertirlo en un trabajo bien mimado pero a la vez libre y sin ataduras ni presiones externas.

 

Su argumento nos cuenta como una mina en la que se halla un extraño yacimiento de oro verde es explotada por un hombre de negocios sin escrúpulos a pesar de tener la certeza de que ese mineral causa extrañas mutaciones en los seres vivos y como tres héroes se disponen a enfrentarse a él para parar su megalomanía. Y es así, sin más florituras como el relato mezcla el western más tradicional con el misterio sobrenatural de aquello que una vez cayó del espacio.

Obviamente y por los motivos arriba expuestos, el cómic no cuenta con edición física ni con todo lo que ello conlleva (presentaciones, ventas, promoción agresiva…) y por ello se puede leer de forma gratuita en plataformas destinadas a ello como Faneo o Webtoons. Así que quedáis invitados a daros un paseo por las páginas de Green Bullets y no olvidéis, si es que el cómic os gusta, darle un like o dejar un comentario, ya que eso siempre se agradece.

Un saludo y hasta la próxima entrada.

domingo, 13 de febrero de 2022

Malos tiempos para la lírica.

 

Hace unos meses sufrí un pequeño desengaño. Y no lo digo desde la ingenuidad de ese autor novel que cree que va a comerse el mundo con su opera prima para descubrir que nadie apuesta un duro por él, sino como alguien que acostumbrado a que le den bofetadas por todos lados, cree estar haciendo las cosas bien, ya aún así recibe. Pero me dejo de metáforas y voy al grano.

Empecé el año 2021 con ganas, tal y como puede leerse en la anterior entrada de este blog. Con un programa de televisión quincenal, colaboraciones en una revista de publicación semestral y escribiendo y publicando en redes de forma regular, encontré la forma de conciliar mi vida personal, profesional y artística a pesar de las restricciones impuestas por la situación (léase covid en la wikipedia) y como no, esperando como todo el mundo a que todo esto terminara. Porque escribir está muy bien, y publicar es una maravilla, pero donde yo me siento realmente cómodo es actuando frente al público y precisamente eso es lo costoso de conseguir. Entre las mascarillas, los aforos limitados y otras pegas que se sumaban a la ya escasa disposición de la gente en salir de sus casas para ir a escuchar a un señor que escribe, organizar eventos se me antojaba imposible. Imposible hasta que empecé a urdir un plan maestro.

Quise aprovechar mi relativa popularidad local en televisión (cuando la gente te para por la calle para decirte que le encanta tu programa, te da la sensación de que les gusta lo que haces), la reducción de medidas anticovid del verano y que el buen tiempo invita a salir, para sacarme de la manga una vieja idea en forma de monólogo y buscar una pequeña aproximación con el público, sin tratar de venderles nada (aunque la opción la tendrían) y sentir que esto que hago tiene algún sentido. Finalmente busqué un local céntrico y agradable donde pertrechar mi plan y todo estaría listo para el gran día.

 

Hasta cinco minutos antes del evento ninguna novedad: Nervios mientras repaso el guion, los habituales saludándome y tomando asiento, cuento seis, ocho, diez personas de momento en el público, todas ellas caras conocidas, pero espero que lleguen más. Llega la hora de empezar y no hay nadie de fuera de mi círculo. ¿Y quienes ven mi programa? ¿Y toda esa gente que acudieron a eventos anteriores y me pidieron que no tardara en el siguiente? Espero los cinco minutos de rigor y nada, parece ser que no va a venir nadie más. Y la cosa no sale mal, el público se lo pasa bien, se venden unos cuantos libros y todos nos marchamos a casa satisfechos. O relativamente satisfechos. Porque al cabo de un par de semanas se emite el monólogo en la televisión local y parece que todo el mundo lo ha visto… pero nadie se dignó a tomarse la molestia de levantarse del sofá.

Y reconozco que me da mucha pena, a pesar de que yo actúo igual, acudiendo a actos solamente cuando me resultan ineludibles por compromiso, y apoyando a artistas locales a través de redes sociales y poco más. Y es por ello que me pregunto si realmente no será que los tiempos han cambiado y que los tontos somos los que remamos a contracorriente.

domingo, 31 de enero de 2021

Cambio de rutinas.

Hace cosa de un año (un poco menos, pero no entraremos en exactitudes temporales) sufrí un afortunado revés del destino y pude cambiar de trabajo de una forma bastante radical, pasando de ser un abnegado empresario, a trabajar como funcionario de la sanidad pública. Ahorraré los detalles porque ni son interesantes ni este nuevo trabajo definitivo, ni mucho menos, pero sí es cierto que el cambio de rutinas supuso todo un desafío a la hora de organizarme para escribir.

Hasta ese momento y desde hacía muchos años, la escritura era además de una pasión, una forma de rebelión; cada mañana me levantaba de la cama una hora antes de lo debido para plasmar mis ideas en papel (real o virtual), casi como una obsesión, un ritual que no podía dejar de repetir ya que todo lo demás me parecía tiempo perdido. Si algo puedo sacar en positivo de esa época es precisamente la forma de escribir, con constancia y algo de rabia, que me proporcionó años de inspiración para lograr mantener tres blogs y publicar otros tantos libros y relatos. Pero desde marzo todo es distinto.

Pasar de un horario a tiempo completo de camionero, al de jornada intensiva en el hospital, me dejó muchísimo tiempo libre que lejos de aprovechar para escribir, hizo que mi mente se dispersara en otras muchas actividades. Ahora por fin podía sacar tiempo para la familia, para ir a pasear, para salir con la bici, jugar a videojuegos, quedar con amigos, escuchar música con la luz apagada y los ojos cerrados… y precisamente este aumento de tiempo libre me quitó la necesidad de escribir. Reconozco que he perdido mucho, pero tampoco puedo reprochármelo.

Había llegado el momento de replantearme mis rutinas, mi dirección artística y enfocarme de una vez en la dirección que creyera correcta, pero entonces sucedió un nuevo cambio laboral. De pronto pasé de trabajar en un hospital, en primera línea de contacto con los pacientes, a estar metido en un cubículo haciendo de teleoperador. Mi nuevo e inesperado destino podría parecer más cómodo a primera vista pero la ansiedad no tardó en apoderarse de mi. Siete horas seguidas atendiendo a un teléfono que no parecía dispuesto a dejar de sonar ni un instante, reproches, gritos e insultos desde el otro lado, broncas desde arriba, ignorancia sobre aquello que supuestamente debía saber desde mi interior… He de reconocer que de todas mis experiencias laborales hasta el momento (que no han sido pocas ni agradables), esa estaba siendo la peor con diferencia. Perdí el hambre, la capacidad de descansar por las noches, estaba adelgazando de forma alarmante y los mantras que debía repetir una y otra vez al auricular comenzaban a hacer mella en mi mente. Así que busqué la única forma de escapar: escribiendo.

Con un pedazo de papel junto al teclado, me hacía con una frase que sirviera de punto de partida y a partir de allí iba hilando un relato, escribiendo palabras sueltas cuando el teléfono me lo permitía, buscando así una estructura en la que formar un hilo conductor que terminara dándole un sentido lógico a todo ese galimatías en el que estaba sumido. Algunos días resultaba imposible, pero otros lograba llevarme a casa un pequeño relato que, más o menos afortunado, me demostraba que yo seguía allí, resistiendo.

Ahora ya llevo seis meses en mi cubículo. He aprendido y he hallado la forma de sobrellevar la situación, además de haber acumulado una buena cantidad de relatos que he pensado en publicar en mi nueva cuenta de Twitter @JCRosa18 (el 18 lo ha colocado el sistema automáticamente, no es mi edad) y quiero invitaros a seguirla y leerlos por allí. Si lo hacéis, nos vemos allí, y si no… no.

jueves, 3 de diciembre de 2020

El necesario resumen anual.

 


    Diciembre ha llegado y evoca la necesidad de mirar atrás, hacer balance del año y en el caso de este extraño 2020, agarrarnos a la conformista idea de que por lo menos, seguimos vivos. Pero no podría empezar esta entrada sin pedir disculpas por mi larga ausencia de este blog, que por si alguien se pasa por aquí sin saber qué ha sido de mi, podría pensar que me he dejado llevar por la apatía y el tedio para acabar abandonando esta enfermedad llamada escritura. Pero no.

   Para seros sincero, debo reconocer que comencé este año cargado de planes, ideas y eventos. Con mi último libro recién sacado del horno, decidí organizar una gira de presentaciones que con mucha (mucha, de verdad) dificultad logré ir cerrando con diferentes ayuntamientos y bibliotecas. Supongo que no haría falta decirlo, pero organizar algo tan sencillo como la presentación de un libro puede resultar muy costoso a nivel burocrático y uno termina encontrándose con varias piedras en el camino. En primer lugar diré que las presentaciones de libros en librerías son sencillas, ya que hay que dejar una buena parte de los beneficios al librero, pero al hacerlo a través de instituciones públicas la cosa es menos rentable para ellos y no se esfuerzan tanto en hacerlo posible. Solicitar locales, cuadrar horarios, ir a hablar con responsables varios, contactar con medios de comunicación… Al final se va muchísimo tiempo y al menos en mi caso, me habría resultado imposible sin ayuda. Pero como ya sabréis, en marzo llegó un virus letal desde el este y todas mis fechas fueron canceladas, dejándome encerrado en casa con un montón de cajas de libros que había reimpreso, con la consiguiente pérdida económica que ello me acarreó. Pero la vida debía seguir.


 

   Con toda la convulsión de la pandemia aproveché para cambiar mi trabajo de camionero, que me ocupaba la gran mayoría de mi tiempo, por uno que me dejaba abundante tiempo libre, y aunque he estado escribiendo mucho, el parón cultural que hemos sufrido ha hecho que no me tomase mis nuevos escritos muy en serio. En lugar de ello, aproveché para hablar con la diectora del canal de televisión local para proponerle presentar un programa sobre literatura, algo a lo que accedió y que en estos momentos se está emitiendo con una frecuencia quincenal y que me resulta sumamente divertido y estimulante.

   Y como no, aproveché para sacar a la luz dos proyectos que tenía en cola. El primero fue “Lejos de Wonderland”, la siguiente entrega de la saga que partió de ese ya lejano “La onomatopeya del ladrido y otros relatos pulp”. Y el segundo el comic “Coses del Sud” que aunque estuvo dibujado y guionizado por el artista Tarraconense Ramon Sarlé, el argumento era de mi autoría y pude supervisar todo el trabajo. También hay que apuntar que en el breve periodo de optimismo que nos brindó el dichoso virus en octubre, pudimos presentar ambas obras con un éxito notable.


 

   ¿Y algo más? Pues supongo que ya sabréis que también este año se publicó el primer número de la revista digital “Cronicas epatantes” de la que ya hablé en la entrada y acordé una colaboración con la revista “Monovar” que se publicará en breve y llevará un relato de mi autoría ilustrado por el señor Sarlé.

   Resumiendo diré que no ha sido un mal año a pesar del varapalo de la cancelación de la gira y que a veces hay que sacar provecho de las tormentas para navegar más rápido, aunque sea en una dirección no prevista de antemano.

   ¿Y para el año que viene? Es pronto para decirlo porque todavía queda un mes, pero la idea es seguir ahí, escribiendo, quizás sacar otra entrega de la “Saga Wonderland”, quizás el segundo número de “Crónicas epatantes” y en la tele hasta que me echen por decir cosas raras. Y por supuesto, la idea es seguir con este blog, subiendo actualizaciones, artículos y a partir de enero también algunos relatos, porque como creo que ya he dicho más arriba, se me están acumulando de mala manera.

   Un saludo, feliz fin de año y atentos porque me pasaré por aquí de vez en cuando y os vigilaré.

sábado, 30 de mayo de 2020

Crónicas epatantes ya está aquí

Podría deciros que llevaba meses, quizás años, dándole forma en mi cabeza a esta idea, pero os estaría mintiendo vilmente. La cruda y simple realidad es que cuando estaba a punto de publicar mi relato “La maldición de Onikage” (también conocido como “Un relato sin nombre” para los lectores de mi otro blog) de forma totalmente gratuita, libre y digital, se me pasó por la cabeza añadir un artículo que escribí hace poco más de un año para una charla que di sobre la literatura pulp y la idea de transformar el relato en una revista apareció sola. Después solo tuve que buscar a un par de personas dispuestas a colaborar de forma desinteresada y en muy poco tiempo la revista Crónicas epatantes estuvo lista para ver la luz.

¿Y en qué consiste esta revista?
Esencialmente se trata de una revista de relatos, artículos y quizás en futuros números también críticas de libros, cine etc. que pretende emular las publicaciones de principio del siglo pasado dedicadas a la literatura popular y en la que podían leerse historias de autores tan grandiosos como Poe, Lovercraft o Howard. Básicamente se trata de una forma de difusión de obras que por sí solas no llegarían demasiado lejos pero que quizás compartiendo espacio consigan abarcar a un público algo mayor. Y realmente, la revista Crónicas epatantes busca compartir buena literatura de forma rápida, económica y limpia.

¿Y qué vamos a encontrar en ella?
Como ya he comentado más arriba, la idea incial era la publicación del relato “La maldición de Onikage” de mi autoría, y por ello es este relato el que ocupa la mayor extensión de la publicación. Además contiene otro relato titulado “El de delante”, escrito por Jesús Puche (ex- damnificado de uno de mis talleres de escritura), así como el artículo “El viaje del héroe” de Albert Sarlé (que también es el portadista) y otro artículo titulado “¿Qué es el pulp?” con el que pretendo poner en situación al lector casual.

¿Y como se puede adquirir la revista?
No hay nada más fácil en el mundo, pues Cronicas epatantes está alojada en Lektu, página web dedicada a la difusión de obras a la que solo hay que acceder, poner el nombre de la revista en el buscador y registrarse de forma totalmente gratuita. Además la revista está en modo “paga lo que quieras”, es decir que aunque aparece con un precio orientativo de 1€, es posible modificarlo desde 0€ (la opción más popular) hasta la cifra astronómica que cada uno esté dispuesto a pagar. Por supuesto, todo el dinero recaudado de esta forma (si lo hay), será destinado a la sufragación de gastos de edición (que los ha habido) y a preparar con amor y dedicación el siguiente número.

Y nada más. Os dejo aquí el enlace para descargar la revista y espero que os toméis la molestia de echarle un vistazo y por qué no, dejar algún comentario en Lektu además de ponerle alguna estrellita, que eso viste mucho.
Saludos y hasta pronto.


martes, 21 de abril de 2020

Libros en tiempos de coronavirus


Vivimos tiempos extraños, más o menos complicados dependiendo de la situación personal de cada uno, pero casi en todos los casos y ámbitos, tiempos de cambios, de replanteamientos y de búsquedas de dirección vital. Las rutinas laborales se han visto alteradas, cuando no suspendidas, las familiares, sociales, comerciales y hasta nuestros hábitos y costumbres se han visto afectados de una forma en ocasiones radical. Y como no, el apartado artístico en general y literario en concreto, que es de lo que vengo hoy a hablar aquí, no ha sido una excepción.

Cuando todo este embrollo comenzó, se decretó el estado de alarma y llegó el confinamiento, se canceló la gira de presentación de mi última novela “Nuestro último tesoro”, dejándome tirado después de llevar casi dos meses preparando los eventos, concretando fechas y lugares. Reconozco que resultó desalentador, pero comprendiendo que era una situación excepcional, traté de tomármelo de forma positiva. Hoy en día las redes sociales nos proporcionan medios para llegar al público sin necesidad de contacto físico, y por ello quise unirme a todos aquellos que al igual que yo, se dispusieron a ofrecer su arte a precios reducidos o directamente gratis, para hacer más llevadera la situación a los demás y por qué no, aprovechar para promocionarse. Pero a veces pasa que las cosas cuantas mejores intenciones les pongas, más frustrante resulta el no ver resultados. Y así fue.

Las redes se inundaron de libros que habían pasado de costar dinero a ser gratuitos mediante pagos sociales (eso es mencionar que se ha adquirido tal producto en redes sociales para promocionarlo), sorteos, concursos, retos de escritura e ilustración, propuestas miles para ser capaces de compensar la falta de eventos, entre ellos el día del libro, ferias, presentaciones y charlas, mediante facilidades online. Y la cosa empezó bien, no os creáis. Yo mismo utilicé este blog para resubir viejos relatos, corregidos y reescritos, en un esfuerzo que esperaba que me reportase cierto “feedback” en forma de comentarios o menciones en otras redes, pero la realidad resultó ser una muy distinta.

No tardaron en aparecer las primeras quejas de autores que veían como sus pagos sociales eran descargados desde cuentas fantasma para no ser compartidas jamás, sus costosos libros eran leídos sin un mísero “like” y sus ofertas superespeciales quedaban olvidadas sin remedio. E igual que la literatura pasaba con la música de autores independientes, los cuadros de pintores que buscaban inspiración en el encierro, poetas, actores, bailarines y otras muchas disciplinas. Parecía ser que en pleno confinamiento, cuando el arte se había convertido en un bien preciado, todo seguía siendo igual de complicado que antes. Fue por ello que se hizo una llamada a la huelga, después desconvocada, para reivindicar nuestro lugar en la sociedad, aunque las cosas como sean, hacer huelga para protestar por el desamparo no es algo que suela dar resultados, al menos a corto plazo.

Ahora se acerca el gran día del libro, ese en el que personas que jamás han leído uno en sus vidas, lo compran para regalárselo a alguien o simplemente por el esnobismo de que le vean paseando con uno bajo el brazo por la calle, subir la foto a su instagram o echarse la medalla de que “yo leo, aunque ocasionalmente”, cuando aquellos que realmente gustan de la lectura no tienen que buscar excusas para comprar literatura. Y como no, decenas de miles de autores, tanto los independientes como aquellos amparados por grandes editoriales que verán por primera vez como se cierran sus espacios en las grandes ferias del libro, se echarán a las redes, nos echaremos a las redes, ya que me incluyo, implorando a los potenciales compradores que elijan nuestras obras en lugar que las de los otros, porque son buenos libros, divertidos y entretenidos, baratos además, y las cosas como sean, damos mucha penita metidos en casa escribiendo y sin poder salir.

Y es verdad lo de la pena. En mi caso por lo menos. La pena que me doy a mi mismo, como mínimo. Porque este no es un camino de rosas y si encima vamos descalzos por las zarzas, peor que peor. Y por ello me debato entre seguir haciéndome el escritor y tratar de aprovechar estas fechas para encasquetar algún libro, u ocultarme en las sombras, esperar a que todo esto pase, y meditar sobre la necesidad de escribir, su propósito y finalidad. Porque a veces renegar de uno mismo es la mejor forma de encontrar el camino.

Amor de primate. Una breve novelita de muy pocos megabytes.

Hay quien dice por ahí que los buenos tiempos del papel ya han llegado a su fin; que entre pdfs, kindles, podcasts y audiolibros, el libro t...