Ayer
mismo estuve dando un paseo por un conocido centro comercial cuyo nombre no
transcribiré aquí por innecesario y como suelo hacer, me pasé por la sección de
literatura la cual siempre me hace pensar, especialmente desde que me metí en
este “fregao” de autopublicarme.
Al
contrario de lo que sucede en una librería convencional en la que los dueños de
local deciden qué libros exponen en sus escaparates y estanterías con cierto
criterio y subjetividad, en las grandes superficies los libros se encuentran clasificados
con “rankings” de los mas vendidos, estanterías de “clásicos” y algunas veces
grandes jaulas con libros de “saldo” echados a granel. Pero antes de desgastar
la tecla de las comillas, quiero dejar claro que esta entrada no irá sobre la
organización de los libros, en la cual no voy a meterme, si no en la forma que
han adquirido algunos para publicitarse. Así que seguid adelante porque no
podréis dejar de leer esta entrada. ;)
El caso
es que mirando los libros expuestos en una sección dedicada a publicaciones de
youtubers de éxito (un tema que me apasiona y me da pena por igual), me
encontré con una frase que aparecía en muchos de esos libros. “Una novela que
te mantendrá enganchado hasta su sorprendente final”, “No podrás despegar los
ojos de las páginas hasta que termine” o incluso y atención a esta crítica de
un lector “Devoré sus páginas como si fuesen pipas” me hicieron pensar que algo
estaba pasando.
Hablé
un poco de ello en mi anterior entrada sobre los “spoilers”, pero creo
necesario el repetirme un poco: un buen libro es una buena historia. No hay
más. Ni menos. Un buen libro es el que se disfruta de principio a fin, capítulo
a capítulo y párrafo a párrafo, no el que te tiene esperando el giro
sorprendente del final. Ahora mismo me vienen a la cabeza algunos títulos como
Cien años de soledad de García Marquez, en el que marqué algunos capítulos para
leerlos periódicamente, La balsa de piedra de Saramago que contenía un párrafo
magistral hablando sobre la vejez y que leí como diez veces antes de continuar
y autores que cuidan cada palabra como Tibor Fischer, mi adorado Boris Vian y
muchos otros.
Y es
que las palabras no son pipas que devorar, ni un tobogán en el que deslizarse
con los ojos cerrados hasta el final, ni por supuesto algo que menospreciar en
pos de conseguir mayor numero de ventas con la promesa de una lectura rápida y
fácil. O al menos así es como me gusta verlo a mi, quizás por ser un romántico
condenado a escribir para minorías o por rechazo a la gran industria literaria
que ha perdido el alma en su imparable avance.
Pero
cuidado, que no estoy tratando de deciros qué leer. No dudo que entre libros
del Rubius, Auronplay o Rebeca Stones puedan esconderse verdaderas joyas, pero
no seré yo quien lo compruebe. No mientras traten de llamar mi atención con eso
de que voy a devorar las páginas y no podré para de leer compulsivamente. Así
no, por favor.
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